Benito Juarez by Karl May

Benito Juarez by Karl May

autor:Karl May [May, Karl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1883-04-01T00:00:00+00:00


Capítulo 10.-La espada y el tomahawk

CUANDO Sternau terminó de inspeccionar el fuerte, iba a retirarse, pero Gerardo le rogó:

—Espere un momento; aunque sólo le conozco de hoy, siento por usted una confianza ilimitada, y hoy me siento inmensamente desgraciado. Permítame que le resuma mi pasado en dos palabras, ¡por favor! Tenemos tiempo suficiente.

Gerardo le contó su vida como «garrotteur» en París, cómo había marchado a América a expiar sus faltas y se había impuesto la misión de libertar a la sabana de los malvados que la infestaban.

—De esta manera, me hice famoso —⁠concluyó⁠—. Pero el remordimiento me sigue atormentando.

—Gerardo, la cólera de Dios no es eterna —⁠dijo Sternau con expresión severa.

—¡Pero sí la de los hombres!

—¿Qué tiene usted que ver con los hombres?

—¡Oh, mucho! Conocí aquí a una joven, pura y bondadosa. Correspondió al amor que sentía por ella, pero yo fui honrado y le confesé que he sido «garrotteur», o sea, un criminal de profesión.

—No quiero juzgar en este asunto, pero me permito preguntarle: ¿Era necesaria esa confesión?

—Sí. Mi conciencia me obligaba a ella. La joven renunció a mi amor, pero veo que lucha con él inútilmente. Acabará por darle la mano al antiguo «garrotteur» y eso será la ruina de su alma.

Sternau admiró a aquel antiguo criminal que ahora demostraba tanta delicadeza de sentimientos, pero no dijo nada.

—Ella no puede arruinar así su vida —⁠continuó Gerardo⁠—. Yo soy cazador; mi vida está amenazada por mil peligros. Es muy fácil que yo muera, y entonces ella quedará libre. ¿Quiere usted hacerme un favor, por el cual oraré por usted aun después de abandonar el mundo de los vivos?

—Con mucho gusto, si me es posible.

—Cuando oiga usted que he muerto, dígale que ella ha sido el último pensamiento y que espero obtener el perdón en el día del juicio final, porque el amor hacia ella, que es toda pureza, me ha purificado también a mí.

Este ruego afectó mucho a Sternau.

—¿Piensa usted en la muerte? ¡Bah! Por lo demás, dudo mucho que yo esté presente cuando muera usted.

—No he hablado más que de la posibilidad de que semejante cosa ocurra, señor.

—Entonces me habrá usted de decir quién es esa señorita.

—Es Resedilla Pirnero.

—¡Ah! Comprendo que ame usted a esa joven. ¿Y supone que su amor es correspondido?

—No lo supongo; lo sé.

—Yo, en su lugar, me dejaría llevar por el amor. Si Dios lo hizo nacer en el corazón de esa joven, es una señal de que Él se lo ha ordenado a usted.

—Eso me he dicho yo también; pero he cambiado de opinión hace algunos minutos. Resedilla es amiga de Emma Arbéllez, que a su vez tiene amistad con el Conde y con otras personas de alta posición; no quiero que descienda hasta mí.

—Se equivoca usted. Ese exceso de sensibilidad le engaña. Se encuentra usted ahora algo deprimido, pero pronto vencerá ese desánimo.

—Lo dudo. Entonces, ¿accede usted a mi ruego?

—¡Pero no morirá usted!

—¡Quién sabe! ¿No vamos a entrar en combate dentro de poco?

—Bueno; le prometo a usted que cumpliré su deseo.

—¡Gracias! Ahora, podemos volver.



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